dimecres, 1 de febrer del 2012

"Queixar-se baixa la vitalitat de les persones"


Fragment de l'entrevista a Joan Garriga, Terapeuta Gestalt i co-Fundador de l'Institut Gestalt de Barcelona, a El Periódico a 17/12/2008.


¿Todos los problemas vienen del rechazo?
Sin duda alguna. La realidad es imperativa, se impone y tiene su magisterio. Pero hay personas que logran integrar la realidad y convertirla en aliada, aunque les haya traído cosas difíciles o dolorosas.

También hay personas que niegan la realidad.
Están las que piensan que sus padres deberían haber sido de otro modo y también las que consideran que no deberían tener unos sentimientos o una enfermedad determinados. Estas personas gastan mucha energía para oponerse a la realidad, y es una energía perdida, porque nada podemos decir o hacer ante lo que ya fue o ante lo que ya es. Alguien que ha perdido a un ser querido y se pasa toda la vida lamentándose utiliza mucha energía para la queja, para el lamento, para la amargura. En cambio, hay otras personas que aceptan el dolor, lo integran, y a partir de ahí tratan de llevar una vida con mucho sentido.

¿Y si me roban la moto?
Lógicamente, no aplaudirás. Al principio te enojarás, pero al cabo de un rato asumirás que no es el fin del mundo y que en cuanto puedas te comprarás otra. Quejarse, irritarse, es lógico, pero no tiene que convertirse en una constante, en una actitud, porque entonces la vitalidad de las personas disminuye.

¿Qué quiere decir?
La energía es una, y la podemos orientar en una dirección o en otra. Solo hay dos direcciones hacia donde orientar nuestra energía: hacia la vida o hacia lo que es menos vida. Y todo lo que es menos vida es muerte. Hacia la vida es creatividad, bienestar, fertilidad.

Aceptar no es resignarse.
Nada que ver. Aceptar incluye una tarea muy activa: enfrentar la realidad para lograr integrarla. Y la aceptación, la mayoría de las veces, no es inmediata. A veces, ante lo que parece difícil o negativo, se abre un espacio de luz. Por ejemplo, un amigo que tenía un puesto muy importante en una gran empresa perdió el trabajo. Podría haberse amargado para el resto de su vida.

¿Y qué hizo su amigo?
Lo aceptó. Al cabo del tiempo me contó que en realidad ya no le gustaba ir a trabajar allí y que hacía mucho tiempo que no le interesaba ese trabajo. “Ahora tengo caminos nuevos, y experimento una ligereza y una libertad que no tenía antes”, me dijo. La vida a veces nos da un zurriagazo para enderezarnos.




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